Share this...
Facebook
Twitter

Rusia ha sido un imperio durante más de 300 años. Al formarse como imperio durante el reinado de Pedro I, existió hasta 1917 y después se transformó en un neoimperio conocido como la Unión Soviética. Tras el colapso de la URSS a principios de 1990, Rusia tuvo la oportunidad de replantearse y convertirse en una federación europea contemporánea. En lugar de eso, los rusos optaron por un gobierno fuertemente autoritario y por la nostalgia imperial. Esto desembocó una serie de guerras y conflictos en el Cáucaso, Siria, Georgia y la actual guerra ruso-ucraniana.

*
El material contiene enlaces a páginas web rusas, que se pueden ver a través de VPN.

El imperialismo de la Rusia zarista

El imperialismo ruso se desarrollaba casi del mismo modo que en cualquier otro país europeo. La aparición de las élites provocó la necesidad de expansión y condujo inevitablemente a guerras de agresión para conquistar nuevas tierras. Al fin y al cabo, las colonias son la característica esencial del imperialismo.

Los imperios coloniales clásicos son los gobiernos en los que la metrópoli no está conectada territorialmente con sus colonias. El ejemplo más claro es el Reino Unido. La isla con capital en Londres nunca tuvo frontera terrestre con sus territorios coloniales, que fueron notablemente más grandes que la propia metrópoli. Otros ejemplos de este tipo de imperios fueron Portugal, España, Francia y los Países Bajos.

Metrópoli
El centro de un imperio que fundó o conquistó colonias y gobernó sobre ellas.

Rusia se desarrolló como un imperio de “periferias” nacionales cuyas colonias se integran territorialmente en la metrópoli. Otro ejemplo de este tipo, aparte de Rusia, fue el Imperio austrohúngaro.

La construcción del imperio ruso tuvo sus particularidades. En primer lugar, se borraron las fronteras entre las tierras ancestrales rusas y los territorios colonizados. Mientras que los británicos no podían afirmar que, por ejemplo, la India o Sudán fueran antiguos territorios británicos, Rusia reclamó “derechos históricos” sobre cada vez más territorios que nunca fueron étnicamente rusos en el proceso de su colonización.

Los rusos reclamaron (y siguen reclamando) no sólo las tierras que siempre han estado pobladas por los ucranianos, sino también a los territorios de Bielorrusia, los países bálticos, Transcaucasia (Osetia del Sur, Abjasia, Ichkeria) y Asia Central (el sur de Kazajistán, Kirguistán).

Por ejemplo, en el Imperio austrohúngaro, que también fue un imperio de “periferias” nacionales, no tuvo esta política. Reconocía la existencia de otras nacionalidades y definía sus derechos, al menos a una autodeterminación básica. Había colegios y organizaciones culturales que enseñaban en las lenguas de las minorías nacionales y, hasta su colapso en 1918, el propio Imperio austrohúngaro nunca fue autocrático.

En cambio, la gran narrativa imperial rusa se ha construido según el principio de que “dondequiera que logré tirar el sombrero, Rusia estará allí”. Es decir, no había respeto por los pueblos conquistados y colonizados. Rusia se esforzó por subyugarlos y asimilarlos a todos en la medida de lo posible. No importaba si se trataba de la población eslava ortodoxa de Ucrania y Bielorrusia, de los católicos y protestantes de Polonia y los países bálticos, de los musulmanes del Cáucaso Norte y los Urales o incluso de los asiáticos del Lejano Oriente, el imperialismo ruso los “molió” a todos en una sola masa uniforme, imponiendo su lengua, religión y cultura a los pueblos conquistados.

Sin embargo, en 1917, el imperio ruso se derrumbó bajo la influencia de factores sociales negativos, dos guerras perdidas y el fracaso total de la autocracia como forma de gobierno. No obstante, tras la represión de las revoluciones nacionales de 1917–1922 (en particular la de Ucrania), Rusia pudo transformarse en un neoimperio conocido como la Unión Soviética.

La Unión Soviética como neoimperio

Un neoimperio es un estado que dispone de potentes palancas económicas y político-militares e intenta apoderarse de más territorios vecinos para construir las llamadas esferas de influencia. El neoimperio está estrechamente relacionado con el concepto de neocolonialismo, una política en la que una metropóli intenta retener antiguas colonias mediante la presión económica, militar o política.

La URSS se convirtió en un neoimperio de pleno derecho durante el gobierno de Iósif Stalin. Fue la época en que, a costa de millones de vidas, la Unión Soviética llevó a cabo la colectivización e industrialización que constituyeron la base económica y militar del neoimperio soviético. A continuación, el régimen estalinista comenzó a destruir lo que quedaba de independencia en las repúblicas y autonomías sometidas por Lenin, y luego inició la expansión hacia los territorios vecinos.

Colectivización
Creación de grandes granjas colectivas a base de la unificación de astilleros campesinos independientes. De este modo, la URSS controlaba totalmente a los ciudadanos desde el punto de vista económico, poniendo en práctica su idea de dictadura, ya que los campesinos constituían entonces más del 85 % de la población.

Al principio, la URSS anexionó los territorios del oeste de Polonia en 1939, después ocupó los países bálticos y partes de Rumanía, inició una guerra invasora con Finlandia, anexionó Tuvá en el Lejano Oriente. Tras la victoria en la Segunda Guerra Mundial, la URSS pasó a controlar la mayoría de los países de Europa Oriental y Central, como Polonia, Hungría, Checoslovaquia, Rumanía, Bulgaria y Alemania del Este.

Durante un cierto periodo, la URSS también intentó influir en Yugoslavia y debilitar a Austria. Además, el régimen estalinista legalizó completamente los territorios que ocupaba antes del 1941 y añadió a ellos antiguos territorios de Prusia Oriental (actual región de Kaliningrado de la Federación Rusa) y las islas Kuriles y Sajalín del Sur, que siguen siendo objeto de disputa territorial con Japón.
Habiendo “adquirido” nuevas tierras, la Unión Soviética se convirtió completamente en un neoimperio. Cabe recordar que hubo tres planes para la creación de la URSS: el plan de Lenin de una federación que acabó aprobándose, una confederación de países independientes propuesta por el Partido Comunista de Georgia, y el plan de autonomización de Stalin con todas las repúblicas incorporadas a la Gran Rusia como autonomías.

Al construir la URSS, Stalin no podía ir completamente en contra de la voluntad de las ideas de Lenin, al cual él mismo convirtió en un ídolo para millones. En su lugar, Stalin decidió realizar el plan de “autonomización” declarando de iure la independencia de los miembros de la URSS, pero privando de facto a las repúblicas soviéticas de todo poder real de decisión. Incluso los ministerios de Asuntos Exteriores de las Repúblicas Socialistas Soviéticas de Ucrania y Bielorrusia (URSS y BSSR, respectivamente) existían solo como ficción para obtener puestos adicionales para Moscú en la recién creada Organización de Naciones Unidas.

Pero la reproducción del modelo neoimperial no sólo tuvo lugar en las esferas políticas y económicas. Stalin revivió las tradiciones imperiales tanto en el sentido cultural como en el ideológico. En particular, reintrodujo las hombreras en el ejército, que eran un símbolo del oficial del zar. Restauró la tradición de los bailes, aunque sustituyó el navideño por el de Año Nuevo. Bajo Stalin, se reanimó a prominentes militares del imperio: Alexander Suvorov, Mikhail Kutuzov, Fiódor Ushakov, Pável Najímov. Todavía muchas calles, plazas o parques ucranianos llevan sus nombres. Es más, tras la sangrienta ley de los “cinco años ateos”, en los que fueron masacrados sacerdotes y otros líderes religiosos, Stalin restauró la Iglesia Ortodoxa Rusa. Esta estuvo completamente saturada de agentes especiales del Estado, pero oficialmente la posicionaban como una gran organización religiosa.

Es decir, a nivel ideológico, Stalin poco a poco renunciaba al bolchevismo con su idea del “nuevo mundo” en el que no habría lugar para “cotilleos burgueses del imperialismo”, y en su lugar comenzó a introducir narrativas imperiales en la gran narrativa del neoimperio soviético.

El siguiente gran cambio ideológico que experimentó el neoimperio soviético fue a finales de 1960 durante el gobierno de Leonid Brezhnev. Fue entonces cuando se hizo evidente que todo ese mecanismo neoimperial soviético, que requería para su funcionamiento constantes proyectos a gran escala, costosos y de beneficios poco claros e incluso dudosos (levantamiento de la tierra virgen en Asia Central, la competición espacial con EE. UU., la construcción del eje Baikal-Amur, la guerra en Afganistán, el apoyo a los regímenes dictatoriales y movimientos guerrilleros en el llamado Tercer Mundo, etc.), necesitaba una renovación de la gran narrativa del país.

Fue en las décadas de 1960 y 1970 cuando el mito de la Gran Victoria en la Segunda Guerra Mundial adquirió un alcance ideológico sin precedentes. Se forma el concepto de la “nación soviética”, con la esperanza de borrar por completo cualquier otra opción de identificación. Más tarde, se complementó con el concepto de “modo de vida soviético”, un dogma ideológico de cómo debían vivir y comportarse los buenos ciudadanos del neoimperio.

Cómo la Federación Rusa construía su propia política imperialista

Tras el colapso de la URSS (hay muchas hipótesis sobre el porqué, pero este es tema para un artículo aparte), sobre sus restos surgió la Federación Rusa. Al principio de la existencia de este país, presidido por Borís Yeltsin, hubo intentos de formar algo parecido a una federación democrática. Sin embargo, todas esas ambiciones quedaron desvanecidas en 1994, cuando las tropas rusas iniciaron una guerra con la república independiente de Ichkeria, en el Cáucaso Norte. A esto siguió un “apretón de tuercas” con la soberanía proclamada por Tatarstán y Sajá (Yakutia).

Además, el régimen ruso empezó a intentar mantener su influencia en las antiguas repúblicas soviéticas, fomentando conflictos bélicos y proclamando entidades estatales no reconocidas. Así ocurrió con Moldavia, donde en 1991 surgió la autoproclamada República Moldava de Transnistria. En Georgia aparecieron a la vez dos “vástagos de la agresión imperial rusa”: las repúblicas no reconocidas de Abjasia y Osetia del Sur.

Rusia lleva mucho tiempo haciendo de las suyas en el conflicto entre Armenia y Azerbaiyán por el Nagorno-Karabaj, mantiene un importante contingente militar en Tayikistán y es difícil de contar el número de intentos de anexionar Crimea antes del 2014. Los más conocidos son el levantamiento separatista del presidente de Crimea, Yuriy Meshkov, en 1994, y el conflicto por la isla Tuzla, en 2003.

Para alimentar a su propio imperialismo, el gobierno ruso recurría no solo a medios militares y políticos. Los frentes ideológico y cultural también trabajaban a pleno rendimiento. A principios de la década de los 2000, cuando el entonces “político liberal” Vladímir Putin llegó al poder, tras haber llevado a cabo algunas reformas de mercado, aparecieron en su entorno “cardenales grises”, encargados de sembrar la ideología neoimperialista. Se trata de un especialista en relaciones públicas con un pasado más que sospechoso, Vladislav Surkov, y de un filósofo con un pasado aún más oscuro, Aleksandr Dugin. El primero se convirtió en uno de los principales asesores de Putin durante mucho tiempo, y el segundo trabaja más a distancia, pero también “forma parte del Kremlin”. Dugin, que ocupa altos cargos académicos en la Universidad de Moscú, participa activamente en la explicación y el blanqueamiento del imperialismo ruso en Occidente y, al mismo tiempo, es uno de los asesores no oficiales de Putin en cuestiones ideológicas.

Vladiskav Surkov desarrolló activamente el concepto neoimperial llamado “Mundo Ruso”, con el que la Rusia moderna encubre la agresión en Ucrania y en todo el mundo. El concepto del “Mundo Ruso” como doctrina que justifica el imperialismo ruso moderno fue introducido por primera vez por el tecnólogo político Petro Shchedrovytskiy. Sin embargo, es Surkov quien participa en la formación e introducción de las principales tecnologías y narrativas de este concepto del Kremlin. Inicialmente, el principal objetivo del concepto de “Mundo Ruso” era la protección de los derechos culturales de los ciudadanos de habla rusa y de las diásporas en otros países. En particular, existían organizaciones culturales y educativas rusas, como la “Comunidad rusa” y otras, que recibían financiación para desarrollarse y aumentar su influencia en otros países a través de la organización gubernamental “Rossotrudnichestvo”. Más tarde, esto se convirtió en la base para que Rusia desplegará su agresión, especialmente en Ucrania.

En cambio, Oleksandr Dugin desarrolla y moderniza el antiguo concepto del “eurasianismo”, que consiste simplemente en que existen dos pilares de la civilización: el atlantismo (EE. UU. y el “Occidente colectivo”) y el eurasianismo (Rusia y los satélites), que se oponen desde la antigüedad. Basándose en este concepto, Rusia tiene derecho a apoderarse de territorios que “pertenecen a sus esferas de influencia” para “lograr una seguridad colectiva”.

Es entonces, cuando en los años 1990–2000 el pasado imperial y soviético de Rusia empieza a percibirse como una tradición coherente (lo que debería ser contradictorio en sí mismo). Se restablece la bandera del Imperio Ruso del reinado de Nicolás II (esa misma bandera roja, blanca y azul, que se parece a la pasta de dientes Aquafresh) junto al componente musical del himno de la Unión Soviética.

En el nuevo sistema de condecoraciones ruso restaura tanto las medallas imperiales (la Orden de San Jorge y la Cruz de San Jorge) como las distinciones soviéticas (las órdenes de Suvorov y Kutuzov). Es más, se introduce al panteón a personas que nunca habían sido tan veneradas (aunque sí muy valoradas y utilizadas) por ninguno de los imperios anteriores, como el mariscal Georgi Zhúkov y el poeta Aleksandr Pushkin. Su máquina propagandística rusa comienza a promoverlos activamente en las antiguas repúblicas soviéticas como “un pasado común del que enorgullecerse”.

En particular, surge la medalla de Zhukov, que se concede a todos los veteranos de los países de la Comunidad de Estados Independientes (CEI). Los monumentos y bustos de Pushkin se colocan incluso en las ciudades más alejadas de Rusia, en otros países, con la ayuda de organizaciones públicas progubernamentales de la Federación Rusa como la “Comunidad rusa”. De hecho, poco a poco Rusia despliega una activa expansión cultural e ideológica en sus antiguas colonias.

CEI
Organización internacional regional de Asia y Europa del Este, creada el 8 de diciembre de 1991 como una alianza política y económica entre Bielorrusia, Rusia y Ucrania. Con el tiempo, se unieron a la CEI varios países postsoviéticos. Ucrania no ratificó el Estatuto de la organización, aunque fue una de las cofundadoras de la CEI, por lo que formalmente sólo fue un observador. El 19 de mayo de 2018, Ucrania salió de esta estructura.

Simultáneamente, la máquina rusa propagandística comienza a trabajar también para el “consumidor interno”. A partir de los años 2000, la tendencia a la nostalgia por el imperio, tanto por la URSS como por el Imperio ruso, se impone cada vez más. Grandes películas con narrativa imperial, como “El barbero de Siberia” (1998), “El sirviente del amo” (2007), “Señores oficiales: salvar al emperador” (2008), “Almirante” (2008), se ruedan por orden del gobierno. Y paralelamente a ellas, se produce una activa estampida de películas sobre la grandeza soviética: “Stalingrado” (2003), “Movimiento arriba” (2017), “Tiempo de pioneros” (2017), etc.

La ideología imperial abarca no solo el cine, la popular esfera en masas, sino también otros sectores culturales. Es decir, con la ayuda de los productos culturales, a los rusos se les convence cada vez más de que la única opción de su existencia es el imperio, en el que serán “grandes”, y el resto será sometido a servirles.

Esa nostalgia por el imperio (en el sentido amplio de la palabra) dio lugar a otras formas no menos extrañas, como el “renacimiento de los casacos”, cuando se permitió a las asociaciones públicas de recreadores históricos desempeñar el papel de policía moral. En particular, las organizaciones públicas “casacas” patrullaban las calles y efectuaban las funciones de la policía, pero con una interpretación muy libre de sus deberes y derechos. Así, las autoridades compartieron con ellos el monopolio estatal de la violencia. Lo cierto es que tras la llegada de Putin al poder, el Kremlin comenzó a integrar gradualmente a las organizaciones “casacas” al sistema burocrático estatal, hasta que en 2005, mediante una ley independiente, se les concedió el estatus oficial de funcionarios. Así, se convirtieron en una especie de “ejército de bolsillo” de Putin. La participación no oficial y más tarde oficial de los “casacos” se hizo notar en casi todos los conflictos militares de Rusia en el territorio de la antigua URSS: Transnistria, Abjasia, Chechenia, y más tarde Crimea y el este de Ucrania.

Organizaciones “casacas”
Grupos militarizados de la Federación Rusa que se autodenominan como “casacos” (no tienen nada que ver con los cosacos ucranianos).

En los colegios se introdujeron clases de “ética ortodoxa”, que oficialmente eran optativas, pero en la práctica eran obligatorias, incluso en las regiones donde vivían no cristianos. A menudo, estas clases se impartían por sacerdotes sin formación pedagógica.

Por otro lado, cabe mencionar los flashmobs “La cinta de San Jorge” y “Regimiento inmortal”, impuestos por el Kremlin, cuando bajo la apariencia de eventos conmemorativos para inmortalizar a los caídos en la Segunda Guerra Mundial, en realidad unían ideológicamente a quienes querían vivir en el nuevo imperio. Además, esto se hizo no solo en Rusia, sino también en los países que reclamaba en sus impulsos imperiales.

Literalmente, unos años antes de la invasión a gran escala de Ucrania, el ejército ruso cambió sus uniformes a unos parecidos al que había en el Imperio ruso, combinándolos con el diseño soviético de las insignias. Es decir, en todos los ámbitos posibles, incluso a nivel visual, la propaganda rusa intenta proyectar la imagen de su futuro imperial como un híbrido del Imperio ruso clásico y el neoimperio de la URSS.

El imperialismo ruso en su expresión actual es el despacho del oficial del Servicio Federal de Seguridad de la Federación de Rusia (FSB), donde conviven pacíficamente el busto del organizador soviético del “terror rojo” Felix Dzerzhynskiy y la tricolor del emperador Nicolás II.

FSB
Organización que surgió como sucesora del Comité para la Seguridad del Estado (KGB), órgano de administración del estado de la URSS cuyas principales tareas eran la inteligencia, el contraespionaje, la lucha contra el nacionalismo, la disidencia y las actividades antisoviéticas.

Por qué el imperialismo es una política de futuro fracasada

El apogeo del imperialismo ruso fue la invasión abierta a gran escala de Ucrania en febrero del 2022. La guerra entre Rusia y Ucrania, que dura desde 2014, ha alcanzado unas dimensiones sin precedentes y es el mayor conflicto armado en Europa desde la Segunda Guerra Mundial.

El imperialismo ruso, con el uso de prácticas genocidas, llevó a la destrucción de cientos de asentamientos, miles de víctimas civiles y militares en Ucrania. No obstante, nada de esto dio a Rusia ni una sola oportunidad de absorber Ucrania. A pesar de que la guerra a gran escala ha afectado a todo el mundo, sacudiendo el sistema colectivo establecido de seguridad y responsabilidad, el mundo civilizado ha apoyado a Ucrania, así que trata de evitar la propagación de la enfermedad imperial en el mundo. Comenzó el suministro de armas y otros equipamientos necesarios, se impusieron sanciones económicas sin precedentes y la mayoría de las empresas occidentales abandonaron la Federación Rusa para no tener pérdidas de reputación.

La sociedad de la Federación Rusa llegó a tal estado de aislamiento internacional, porque en vez de comenzar estudios poscoloniales tras el colapso de la URSS, replantearse su propia experiencia como nación imperial y sacar conclusiones sobre lo contraproducente de la agresión como fenómeno, a sentir nostalgia por el pasado imperial, buscando un nuevo zar-mesías. Esta comprensión pública del sistema estatal acabó provocando colosales pérdidas políticas, económicas, de reputación, humanas, entre otras. Este agresivo enfoque neoimperial en general puso en cuestión la existencia del estado ruso en el mapa político mundial. Y todo porque no hay lugar en el sistema mundial moderno para el imperialismo e irredentismo.

Irredentismo
El deseo de un estado o una fuerza política de unificar a toda la nación dentro de un país, incluso mediante la anexión.

Lamentablemente, las ambiciones imperialistas e irredentistas de Rusia son toleradas por varios países, entre ellos Siria, Bielorrusia, Nicaragua, Eritrea y Zimbabue. Esto se debe a los estrechos lazos de Rusia con estos países, sobre todo los económicos. Este apoyo ayuda parcialmente a la Federación Rusa, por ejemplo, a la hora de votar en la ONU o de reconocer formaciones estatales creadas por ella. Un ejemplo interesante es cuando Rusia intentó sobornar a pequeños estados insulares de Oceanía para conseguir el reconocimiento de Abjasia y Osetia del Sur en 2008.

La política de Rusia es tolerada por el actual gobierno de Hungría, que también lleva una activa retórica irredentista en la política internacional, en particular, presentando una serie de reclamaciones sobre los territorios que Hungría perdió en virtud del Tratado de Trianón en 1920, tras la caída del Imperio austrohúngaro. Esta política de Hungría ya está provocando que cada vez más políticos europeos digan que no hay lugar para el país en la UE y la OTAN.

En cuanto a Rusia, su destino es evidente. El imperialismo y el irredentismo llevarán a que el formato de existencia de este país cambie de raíz tras la victoria de Ucrania y sus aliados occidentales en la guerra. No solo los expertos, sino también las personas cultas que conocen bien la historia, coinciden en que la fragmentación de la Federación Rusa en una serie de pequeños estados, que lucharán por su soberanía, es cuestión de tiempo. El subimperio ruso está fallando, y da igual qué decisiones tomen sus dirigentes, todas ellas, aunque mejoren la situación por poco tiempo, de un modo u otro conducen al colapso.

El material ha sido preparado por

Fundador de Ukraїner:

Bogdán Logvynenko

Autor:

Igor Kromf

Jefa de redacción en ucraniano:

Anna Yabluchna

Editorial:

Natalia Petrynska

Editor de fotos:

Yurii Stefanyak

Administradora de contenido:

Yana Rusyna

Traducción:

Samira Suleimanova

Jefa de redacción en español,

Edición de la traducción:

Svitlana Kazakova

Sigue la Expedición