Share this...
Facebook
Twitter

Cuando existen ideas que vale la pena realizar, personas listas para trabajar y suficientes recursos para cubrir las necesidades básicas, entonces se dan las condiciones necesarias para crear un lugar ideal.

La residencia Casa-Taller es un espacio para el aprendizaje integrado donde se realizan actividades de formación, talleres, campamentos y retiros. Aquí, en medio de la comodidad y del confort que ofrecen las montañas, las personas pueden mostrarse tal y como son. 

A principios de 2014, un grupo de jóvenes ucranianos soñaba con crear un espacio comunitario en las montañas. Ahora, las calles de Babyn (un pueblo en los Cárpatos) vuelven a estar llenas de vida. En una vieja casa de hutsules de los años 30, hay cinco habitaciones que sirven como dormitorio, sala de estudio y baño; todo esto acompañado por un maravilloso paisaje montañoso. Además, aquí se pueden degustar platos típicos de la zona preparados por los lugareños.

Detrás del nombre, «Casa-Taller» hay mucho más: no solo es un lugar para trabajar con las manos, sino también para adquirir ciertas habilidades y competencias. Hoy día la casa sirve como un lugar para la realización de capacitaciones y diversos cursos de aprendizaje como, por ejemplo, clases de canto o cursos para ser un moderador. El nombre «Casa-Taller» proviene del uso principal del edificio: un hogar para entrenadores, ex-alumnos y muchos otros involucrados en los «Talleres sociales». Actualmente, la mayor parte del equipo de la Casa-Taller está compuesta por los miembros del grupo «Aprendizaje Alternativo», el cual organiza y lleva a cabo actividades extraescolares por todo el país.

La historia de la Casa-Taller

Los fundadores de la Casa-Taller no ven este proyecto como simplemente una casa restaurada o como un lugar a donde solo se acude para disfrutar de nuevas experiencias. Va mucho más allá de eso. A menudo, los huéspedes dicen que la casa parece tener alma por sí misma lo que, en realidad, no resulta tan sorprendente si se tiene en cuenta que se encuentra en lugar de ensueño como es el corazón de los Cárpatos y tiene una historia cuanto menos interesante.

Basta con mencionar el nombre del constructor de la casa: Vasyl Paliychuk. De familia pobre, logró romper todas las barreras gracias a su talento como maestro maderero y a su habilidad en la decoración de arcones y vigas. Era una persona conocida y respetada en el pueblo que, además, se hizo famoso en toda Polonia (ya que una parte significativa de los Cárpatos pertenecía a Polonia en ese momento) cuando en la década de 1930, construyó un observatorio en la cima del macizo Pip Iván.

Сonstruyó esta casa para él y su familia en el año 1935. Durante la guerra, fue utilizada como hospital de campaña y una vez esta hubo terminado, los insurgentes la utilizaron como refugio. Todo esto fue posible gracias a la conveniente ubicación de la casa. Y es que, Vasily Paliychuk la construyó en un desfiladero entre colinas boscosas, lo que la hace prácticamente imposible de ver a través de la pared de árboles frondosos, especialmente durante las partes más cálidas del año. 

Aquí impartían clases magistrales de artistas populares tradicionales para estudiantes de Kósiv (ciudad ubicada en el óblast de Ivano-Frankivsk).  

La familia Paliychuk se hizo conocida en muchos círculos sociales, desde maestros cercanos hasta funcionarios locales de diferentes rangos. Y en Babyn, la gente todavía recuerda que justo allí, en la parte llamada Kyrnychky, apareció el primer teléfono de toda la región gracias a los Paliychuk.

Fue en esta casa, donde Vasyl y su esposa criaron a sus hijos hasta el año 2008. Es posible que continuaran residiendo aquí de no haber sido por una repentina inundación que destruyó la casa (la cual se encontraba en la misma ladera de la montaña).

La familia no continuó en la casa después de la inundación; su propiedad y cuidado se traspasó a Olesia Bychyniuk, la bisnieta de Paliychuk. Fue su primer marido, Bogdán Petrychuk, quien mostró este lugar al equipo de la Casa-Taller.

Encontrar una lengua común con los lugareños

La casa se encuentra a una altura de unos 650 m sobre el nivel del mar, en una subida cerca del tramo de ascenso a la sierra Sokilsky.

Fue aquí donde el equipo encontró un lugar idóneo que finalmente alquiló a los vecinos. Al principio fue una decisión muy difícil porque, como nos cuenta Vitaliy (Vilya Chupak), les hubiera gustado poder comprar la casa. No obstante, eran conscientes de que dejando las cosas de esta manera, no solo conseguirían la casa, sino que también harían nuevas y necesarias amistades en la zona.

—  La clave era hacer amigos del lugar. No puedes terminar un proyecto así por tu cuenta y definitivamente no se hará por sí solo. Necesitas tener amigos, socios, parientes que estén interesados y presentes localmente. Si vas a vivir entre hutsules, qué menos que tener una buena relación con ellos. 

En el territorio de la Casa-Taller, la vida se desarrolla a otro ritmo. Los acostumbrados a correr de un sitio para otro se ven obligados a reducir ese ritmo frenético cuando llegan aquí.

Una de los miembros del equipo, Alyona Karavai, se dio cuenta hace tiempo de que podía pasarse todo el día trabajando y lograr hacer varias tareas a la vez solo si se trataban de cosas pequeñas:

—Tu tarea del día puede ser ir a comprar pan y leche o preparar comida para los invitados. Y sencillamente puedes pasar todo el día en esto. 

Aquí es imposible hacer muchas cosas a la vez, hay que enfocarse en una hasta que la termines. A veces empiezas a echar de menos este ritmo calmado cuando vuelves a la ciudad y empiezas a tener que correr de nuevo para cualquier cosa.

Alyona, como los otros miembros del equipo, tuvo la oportunidad de quedarse en la Casa-Taller sola por un tiempo:

— Se está muy tranquilo aquí, no me da miedo. Tengo la sensación de seguridad absoluta. Los únicos que pueden pasar por aquí son las personas del pueblo y ellos no tienen malas intenciones. Como nos dicen los lugareños, este pueblo es como un callejón sin salida, aquí se acaba el camino, por eso nadie vendrá aquí a robar. Todos aquí confían el uno del otro: puedes dejar a la vista el oro y nadie lo robará.

Los lugareños

La gente local tiene opiniones diferentes acerca de la llegada de gente de fuera de Babyn, aunque siempre les muestran el camino a la «Casa de Paliychuk» con una sonrisa. 

El camino hasta la casa en sí no es sencillo y conviene estar preparado. No hay carretera directamente hasta la casa. Existe un camino por donde puede pasar una camioneta para trasladar las cosas, pero dado el espesor del bosque, el barro no llega a secarse en determinadas estaciones del año, lo que hace que el camino no siempre sea transitable. Por eso, los encargados de la Casa-Taller aconsejan ir a pie por los senderos señalizados desde los dos pueblos cercanos.

La subida desde el centro de Babyn tiene más de 900 m con desniveles de altura de aproximadamente 300 m. La mayoría de los objetos que se transportaron, especialmente las cosas frágiles (como ventanas o muebles de baño), los llevaban los voluntarios por este sendero. Otro camino empieza cerca de la carretera Kósiv-Verjovyna, en el pueblo Sokolivka. Este camino tiene un poco más de 2 km, pero la subida es más fácil y uno puede disfrutar de unas vistas maravillosas.

Al principio, los lugareños trataban con desconfianza a los «extranjeros», pero con el tiempo, empezaron a interesarse por lo que pasaba en la Casa-Taller. Pero, como la gente tiene diferentes percepciones y distintas formas de ver todo lo que pasa, es necesario conversar con ellos. Tarás Kovalchuk cuenta que la vida en las montañas tiene sus propias reglas:

— Siempre hay que cerrar el paso, pero cuando pasa un grupo de 20 personas seguro que no lo hacen. Y entonces, cuando la vaca se cuela por el paso abierto y se va a pastar al huerto de los vecinos empiezan los problemas; o también cuando ves un árbol caído y decides cortarlo para leña pero resulta que el árbol tenía dueño.

En los pueblos, existe una diferencia muy marcada entre lo que es de uno y lo ajeno. Hay una familia, Olga y Vasyl Bychyniuky, que alquiló la casa al equipo y la convirtió en un centro de comunicaciones. Ellos son de aquí, por eso saben mejor cómo actuar en distintas situaciones, donde conseguir un caballo para transportar las cosas en invierno o con quien ponerse en contacto en caso de que se vaya la luz. Los Bychyniuky les ayudaron a hacer los contactos necesarios con los lugareños y se convirtieron en la principal fuente de información para el equipo. Sin embargo, esto también presenta un inconveniente y es que toda la información que recibes es subjetiva y tan solo representa un punto de vista, en este caso, el de los Bychyniuky. 

En el pueblo viven muchos artesanos que fabrican cosas hechas a mano, por ejemplo, una mujer del pueblo a la que llaman «señora María», vive por aquí cerca, teje kapchuri (calcetines de lana), gorros, guantes y otras cosas de lana de oveja. Alyona Karavai habla sobre la relación con ella:

— Se genera una situación en la que la mentalidad del pueblo tiene mucha importancia. La gente no siempre entiende que los recursos que se generan en la Casa-Taller son de todos y para todos, para compartir y no solo de algunas personas en particular. Nos preocupan algunas situaciones que vemos, por eso intentamos hablar con la gente y explicarles que el beneficio es común, pero algunos no lo comprenden. Hay muchos rumores sobre la Casa-Taller, como el que asegura que no se puede venir acá o algo por el estilo, pero siempre buscamos una alternativa. Por ejemplo, la señora María dejó de visitarnos porque la familia que cocina aquí (los Bychyniuky) no tienen buena relación con ella. Desde entonces somos nosotros los que vamos a visitarla.

Vilya Chupak también habla del tema de la comunicación con los lugareños:

— Al principio, sentimos que pensaban que se trataba de un fraude. Había que firmar contratos para empezar el trabajo. Las relaciones eran terribles, no entendíamos su forma de pensar y lo que estaba pasando. Ahora es más fácil, porque ya se nota el trabajo hecho. Sin embargo sigo sin estar seguro hasta qué punto entienden nuestro trabajo.

Sin embargo, hay situaciones en las que el equipo de la Casa-Taller invita a la gente local a colaborar. Por ejemplo, durante algunos periodos, aquí tiene lugar un campamento para niños de la ciudad y una de las actividades es cuidar el ganado. Y esto lo utiliza el equipo para fomentar las relaciones con los locales. Según Alyona Karavai, los habitantes del pueblo reciben con los brazos abiertos este tipo de colaboraciones:

— En el club organizamos eventos y otras actividades y sus puertas siempre están abiertas para todo aquel que le interese.    Organizamos presentaciones en la escuela y hacemos regalos para el día de San Nicolás, entre otras actividades. Algunos miembros del equipo, a veces, van a reuniones del consejo del pueblo, en especial Tarás y Sasha, quienes se preocupan por temas como la ecología y el reciclaje. Aquí, todavía tiran la basura a los ríos y ellos acuden a las reuniones para ver cómo solucionarlo, cómo sacar la basura e instalar contenedores de reciclaje. Trabajamos en estas tres direcciones: club, escuela y consejo del pueblo.

Aunque todavía no se ven cambios significativos derivados de la aparición de Casa-Taller, está claro que el proceso de reforma ya ha empezado. Un claro ejemplo se da en la escuela, donde mostraron películas-documentales a los adolescentes y organizaron encuentros con directores de cine. Los organizadores del proyecto comparten todo lo que pueden con el pueblo, pero los resultados no son inmediatos.

La Casa-Taller se convirtió en un centro de contactos, porque la gente de la ciudad que viene acá para las actividades de formación o retiros tiene la posibilidad de vivir otras realidades, conversar con los lugareños que fabrican su propio material y ver cómo se hacen calcetines, licores, quesos, etc.

Las relaciones de verdad, dice Alyona, se establecen solo si pasas acá unos dos o tres meses. No es casualidad  que la relación más estrecha sea con la familia de los dueños. De hecho, con ellos firmaron, no solo el contrato de alquiler, sino también uno para proporcionar comida para los grupos. Olga se preocupa de que la comida sea de calidad y algunos productos los trae de su propia huerta; Vasyl, por su parte, se asegura de que los invitados se encuentran cómodos y a gusto. 

Hoy, la cocina es moderna y práctica, pero no siempre fue así. Alyona recuerda que la cocina era totalmente distinta:

— Cuando entrabas por la mañana, los platos estaban pegados por el frío y no había manera posible de separarlos. Ahora, por supuesto, todo es genial y la verdad sea dicha, nunca nos hubiéramos imaginado que la cocina sería así.

Renovación

En 2014, el equipo alquiló una casa de 70 años de antigüedad, con goteras en el tejado y prácticamente sin ningún sistema de comunicación. El desván parecía una especie de museo-almacén abandonado, como ocurre con muchas casas antiguas del pueblo. Además, en algunas partes el techo se había venido abajo.

En principio, fue Vilia Chupak quien encabezó los trabajos de renovación:

— Era un desastre: el desván lleno de cosas y goteras por todas partes. Los dueños dejaron la casa poco después de la inundación… y así estaba cuando nos la encontramos: abandonada y desmoronándose. De forma constante y cada seis meses, nos acercábamos hasta el lugar para comprobar su estado y ver si había ocurrido o no algún deslizamiento de tierra, ya que hubo un verano muy lluvioso y no sabíamos si la casa resistiría. Pero resistió y seguirá haciéndolo.

Tardaron más de un mes en dotar a la casa de comodidades básicas. Ahora, existe una base sobre la que se asienta la casa, pero el equipo recuerda que antes daba miedo mirarla pues parecía que su estabilidad pendía de un hilo. Tarás Kovalchuk dice que la casa «aceptó» a los dueños a su manera:

— Ella es como un organismo vivo, tiene carácter propio. No está lejos del camino, de la «civilización», a unos 7 km, pero aquí ya sientes la influencia de la naturaleza en la vida de las personas, ves como era la vida 100-200 años atrás. Bueno, en realidad, no ha cambiado tanto excepto porque ahora hay luz e internet. Se convive con la naturaleza, se ve una vaca por aquí, cantan los pájaros, cae un árbol por allá… Ocurre que a veces hace sol y al día siguiente te levantas con nieve hasta las rodillas. Hay que adaptarse, pero es interesante, esto no lo verás en la ciudad.

Durante el proceso de reconstrucción se tuvo muy en cuenta el clima montañoso del lugar, sobre todo a la hora de trasladar todos los artículos que hoy decoran la casa. Vilia Chupak cuenta que surgieron muchos obstáculos difíciles de predecir al principio cuando planeaban todo desde la ciudad:

— Todos los procesos se demoran. Porque a veces en este ambiente, en las montañas, es mejor esperar a que las condiciones cambien y sean más favorables que esforzarse demasiado en vano. Es más difícil hacerlo todo aquí que en la ciudad. En ocasiones los materiales no llegan cuando deberían y se acumula el trabajo. En otras, al equipo se le olvida cubrirlos para protegerlos de la humedad o se pierde una tabla. Había grandes riesgos, no sabíamos cómo iba a funcionar la red, parecía que teníamos un sistema trifásico, pero cuando empezamos con el aserradero, se cortó la luz. Recuerdo que buscábamos un frigorífico que funcionase y encontramos uno. Todos bromeábamos diciendo que el resto de los frigoríficos del pueblo se echarían a perder menos el nuestro. ¿Por qué? Porque el nuestro era de fabricación bielorrusa.

Gracias al trabajo duro junto con el sentido de humor, la responsabilidad y la comprensión, el desván con goteras y chatarra se convirtió en un hostal de cinco habitaciones, el henil viejo — en una habitación grande de verano para seminarios con capacidad para 30 personas y el sótano intransitable, en una cocina con todas las comodidades.

Recursos

En 2014, una parte del equipo que estaba colaborando con la organización internacional MitOst anuncio en su red en Ucrania y en el extranjero que existía un proyecto de creación de una casa para seminarios y que se necesitaba gente con motivación y lista para llevarlo a cabo. Por eso se dio la oportunidad de participar a todos aquellos interesados.

El presupuesto inicial se acabó duplicando. Primero porque el transporte de los materiales hasta el lugar no era nada sencillo y los frecuentes retrasos no ayudaban en absoluto. Segundo, se realizó una recaudación de fondos entre los miembros del equipo.

En origen, había 17 personas que financiaban el proyecto. Las contribuciones financieras variaban entre 50 y 5000 euros, dependiendo de cuanto podía aportar cada uno en ese momento. En total invirtieron aproximadamente 20 mil euros. Después de esto, en la etapa de construcción, invirtieron 30 mil más.

Al comienzo, a todos los que invertían algo en la Casa se les aceptaba en el «equipo», pero después resultó que no todos lo querían así. Algunos miembros del equipo tenían un rol importante y dedicaron gran parte de su tiempo y habilidades al proyecto. Sin su altruismo y dedicación, el proyecto no podría haberse llevado a cabo.

Taras Kovalchuk reconoce que la ayuda de los voluntarios fue muy valiosa:

— Aparte del dinero, el recurso humano es muy importante, porque aquí tuvimos un apoyo enorme, empezando por el momento de financiación y hasta las contribuciones de las personas interesadas. Llegaban, cavaban la tierra, sacaban el barro, las piedras, ponían el camino, echaban el hormigón, pintaban, barnizaban…

Hoy en día resulta difícil calcular con exactitud la inversión total realizada porque el dinero se reinvertía a menudo en otras cosas. Alyona Karavai, no obstante, enfatiza y dice lo siguiente:

— No es una cuestión de dinero, sino de la energía humana invertida. Nos une el hecho de que quedó la gente que quería trabajar de verdad, es decir, no solo desarrollar ideas, sino  también desarrollar las relaciones porque también es difícil para nosotros, a menudo discutimos. Hay que tener un equipo con el cual se pueda pelear. Discutimos porque queremos lo mejor para la casa, pero a veces tenemos visiones distintas. Hay momentos difíciles. Es como una montaña rusa, llena de altibajos.

La gente

Durante la creación del proyecto se juntó mucha gente distinta. Sin embargo, cada uno lo hizo por motivos diferentes. Olga Diátel, por ejemplo, vino aquí en 2014, justo después del «referéndum» en su tierra natal, Crimea. Sashkó Moskovchuk y Tarás Grytsiuk sentían la necesidad de trabajar físicamente para un bien común, ellos cavaron un pozo de compostaje, conectaron el agua y limpiaron el zócalo. Así se formó el equipo principal: Bogdán Velgan, Tarás Grytsiuk, Olga Diátel, Kateryna y Olga Zarko, Alyona Karavai, Julia Kniupa, Tarás Kovalchuk, Magda Lapshyn, Anna Mygal, Sasha Moskovchuk, Sviat Popov, Tania Skliar, Natalia Trambovetska, Vilia e Ivanka Chupak. 

El equipo de la Casa-Taller estaba formado por gente venida de todos los rincones de Ucrania y del extranjero. Como se puede observar, la procedencia de los miembros del equipo en 2014 era muy variada.

Bogdán Petrychuk hizo un aporte muy importante: mostró y llevó el equipo a esta localidad, estableció los primeros contactos de comunicación y ayudó a desarrollar el proyecto desde el principio. Sin duda, los voluntarios que vinieron aquí gozan de un mérito especial.

El trabajo en común ha sido un filtro para las emociones y amistades: durante diferentes procesos algunas personas se alejaban y en su lugar llegaban otros. Tarás Kovalchuk cuenta que el trabajo revela mucho sobre las personas:

— ¿Qué es la amistad? Es ayuda desinteresada, apoyo, amor, pero en realidad somos nosotros mismos quienes creamos todo eso y también quienes lo resolvemos. Nos une el deseo de hacer algo, crear sin miedo. Hemos creado un lugar donde la gente viene, participa en grupos según sus intereses y después se va a hacer otras cosas. Para mí es el logro más grande.

Tarás Kovalchuk

— Desde mi punto de vista, es un lugar donde siento que realmente descanso, porque la vida es tan dinámica y cada miembro del equipo es una persona muy ocupada, pero hay un tiempo cuando nos juntamos todos una vez al año. Este es un lugar donde puedo venir y saber que no necesito andar con prisas, aquí, el tiempo se vuelve lento. Y el ambiente es maravilloso: tu llegas y la abuelita por ahí en la montaña se acuerda de cómo te llamas y a qué te dedicas.

— Es como venir a visitar a la abuela. La comida es tres veces más deliciosa y el sol es tres veces más brillante. ¡Todo es tan real!.

Al equipo también le une un poco la «locura colectiva». Es difícil denominar a este proyecto como «comercial», porque nadie espera que traiga ganancias. Estamos satisfechos con la alegría y comentarios de los invitados.

Alyona Karavai

— Tal y como yo lo veo, este lugar es como mi segunda casa. Lo siento cuando miro las fotos y siento el olor. Es una casa para la gente. Para mi era el lugar donde puedes invitar a la gente y entender, que aquí se sentirán bien, con calor del hogar. No tiene que ser de lujo.

Vilia Chupak cree que la gran ventaja era la cantidad de gente en el equipo:

— Tiene sentido tener un equipo tan amplio, si uno se agota, el otro continua. Porque una o dos personas ya habrían colapsado. 

Hoy la Casa-Taller es un lugar donde se junta gente muy diferente, donde nacen ideas que después se transforman en realidades. Para cada miembro del equipo este espacio se convirtió en algo especial.

Vilia Chupak

— Yo tengo un sentimiento especial. Sabes cuando dicen «pensé que era amor, pero resultó ser una experiencia más». Pero una gran experiencia al fin y al cabo. Hay momentos, naturaleza y la experiencia de relacionarse y conocer otra gente y trabajar en equipo no tiene precio. Necesitaba vivir estas cosas y es por eso por lo que participé.

Planes

Hoy,  el potencial del proyecto es muy grande, por eso todos los miembros de la Casa-Taller debaten sobre nuevos planes a menudo.

La administración planea crear un mapa de rutas cercanas, pero para eso hay que conocer muy bien los lugares cercanos y el entorno. 

Vilia Chupak, basándose en su experiencia anterior, dice que si la gente viene aquí, hay que tener algo más que ofrecerle:

— Tenemos que ingeniárnoslas para inventar nuevos atractivos en el lugar. Tenemos ganas de poner una tirolina, algo para que la gente venga y tenga algunas cosas atractivas. Pero hay que enfocarse en Hutsulshchyna, ir a Yavoriv, Pýsanyi Kamin y Ramyjálkiv en invierno.

Tarás Kovalchuk destaca que los invitados vienen aquí buscando algo distinto, algo real:

— En realidad, se pueden hacer muchas cosas para aquellas personas que prefieren dejar la ciudad y venirse aquí. Estamos listos para colaborar en eso; en el futuro podemos hacer muchas cosas juntos. 

En el equipo piensan ya en ampliar el proyecto. Alyona Karavai cree que el proyecto se desarrolla de manera natural:

— El equipo todavía tiene mucha energía y creo que algún día llegará el momento cuando podremos decir «aquí todo está bien» y seguir adelante. Quizás, después, decidamos agrandarlo. Todavía nos queda mucha energía, queremos crear cosas aquí.

Los chicos quieren desarrollar las rutas, esto les apasiona; Natalia y yo queremos ver cómo trabajar con la escuela y a partir de ahí ya veremos.

En la actualidad, la Casa-Taller sigue demandando mucha energía del equipo, pero también ofrece mucho a cambio.. Alyona Karavai dice:

— Es un proceso y en este proceso hay cosas buenas, pero también momentos cuando piensas «ya no puedo más». Porque, como dijo Vilia, son las relaciones con la gente y establecer relaciones es un proceso muy duro, difícil. Pero creo que nosotros hemos hecho las cosas paso por paso, etapa a etapa; nunca en círculos. 

Tarás Kovalchuk añade: 

— Por lo menos, hasta ahora no nos ha ido mal. ¡Estamos al 100 %!

El material ha sido preparado por

Fundador de Ukraїner:

Bogdán Logvynenko

Autora:

Sofía Anzheliuk

Editorial:

Tania Rodionova

Fotos:

Mykyta Zavilinskyi

Cámara:

Pavló Pashkó

Oleg Sologub

Productora:

Olga Shor

Dirección,

Director de montaje:

Mykola Nosok

Editor de fotos:

Oleksandr Jomenko

Transcripción:

Viktoria Volianska

Diseño de gráfica:

Jrystyna Buniy

Traducción:

Alla Mialo

Corrección de traducción:

Óscar Recacha

Administradora de contenido:

Lesia Khomiak

Sigue la Expedición