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“Oíd la voz de Mariupol” es una serie de historias de personas que lograron evacuar de la ciudad bloqueada de Mariupol. Continuamos la serie con una conversación con Olena, quien dejó las cercanías de la ciudad aproximadamente entre el 5 y 6 de marzo (debido a la experiencia, Olena no recuerda la fecha exacta).

En el primer día de la invasión rusa a gran escala de Ucrania, el 24 de febrero, Olena, junto con su hija de 6 años y su esposo, salió de Mariupol hacia un pueblo a 45 kilómetros de la ciudad con la esperanza de encontrar un refugio allí. Pero después de una semana bajo bombardeos constantes, sin agua, gas, electricidad ni comunicaciones, quedó claro que teníamos que correr lo más lejos posible. Después de varios intentos fallidos de salir por nuestra cuenta, parecía que no había posibilidad de salir. Dado que los ocupantes habían destruido no sólo Mariupol, sino casi toda la infraestructura a su alrededor, incluídos los caminos y puentes, tuvimos que irnos por los campos, evitando los tanques bombardeados y los cadáveres por todas partes.

– No lo creímos hasta el último momento. Nadie cerca de mí iba a ninguna parte. Acabábamos de renovar el apartamento. Planeábamos vivir en esta ciudad (Mariupol. – ed.). Trabajo como fotógrafa. El 23 de febrero todavía estaba filmando. Todo lo que hice fue tratar de mejorar el estado de ánimo de la gente porque había una sensación de ansiedad, pero quería sembrar el bien y la luz. Estuve diciendo: «Se resolverá todo, va a estar bien».

El 24, a las 6 de la mañana, mi marido me despertó y me dijo que la guerra se había empezado. Decidió ir al trabajo. Y a mí, me dijo de hacer rápidamente las maletas. Llevamos dos pequeñas maletas de mano con nosotros y en ellas, dos pijamas para nuestra niña. Y también la mía y la de mi marido. No cupo nada más. Fuimos al pueblo de Maloyanysol (a 45 kilómetros de Mariupol). Estuvimos allí aproximadamente hasta el 5-6 de marzo. Sin comunicación, sin luz, sin calefacción, sin agua, en una casa fría. De alguna manera, pensamos que allí era más seguro. El refugio antibombas, como todos los demás en el pueblo, es un sótano con conservas. Teníamos gas en el horno, pero no era mucho, así que uno de los primeros días la tubería de gas había sido dañada. Nos manteníamos calientes calentando las ollas mientras el gas chisporroteaba un poco. Mientras la olla se calienta, hay vapor, por lo que la habitación está caliente. Solíamos embotellar esta agua tibia y ponerla en la cama. Dormíamos vestidos, el vapor salía por nuestras bocas.

Mi hermana se quedó en Mariupol, no quiso salir de la ciudad. Y depende de la insulina, sus riñones están fallando. Y está ella sin medicina ahí. Ahora no hay comunicación con ellos. Ni siquiera sé qué es mejor: estar ahí sin conexión o saber que tus seres queridos todavía están ahí y no puedes ayudarles.

Tuvimos varios intentos fallidos de salir del pueblo: los militares de la República Popular de Donetsk estaban en el puesto de control, haciendo retroceder a todos. Descubrimos que las columnas saldrían de Mariupol el 5 o 6 de marzo cuando ya se habían ido. Pensamos que alguien conduciría al día siguiente. Y no había conexión, ni siquiera la radio funcionaba. Así que simplemente esperamos en la carretera hasta que los coches llegaran. Y no llegaron. No llegaron a ningún lado. Unas tres horas más tarde, nos pasaron unos pocos coches. La gente aconsejó movernos hacia Zaporizhzhia a través de Rozivka y Fedorivka.

Más cerca de Rozivka comenzaron a aparecer los tanques. La gente yacía muerta en el camino. Le puse un gorro en la cara a mi hija para que no lo viera. Le dije que jugaríamos un juego y comenzé a inventar historias sobre las casas que veía. En un momento, vimos un camión lleno de muertos. En la carrocería abierta había cuerpos llevando uniforme que yacían uno sobre el otro. Aumentamos la velocidad, pasamos por delante de los tanques y las casas quemadas. Así que nos dirigimos al puente, pero resultó que había sido explotado el día anterior. Tuvimos suerte de lo que el hombre que estaba conduciendo se paró a tiempo. Los residentes nos mostraron como podíamos conducir. Nos explicaron que así era la manera de conducir. Luego nos encontramos con un hombre de la defensa territorial de Ucrania quien nos dijo: “No tengáis miedo, todo está bien, exhalad. Ahora vais a pasar por el punto de control ucraniano, el siguiente ya no será nuestro. Hazed lo que os digan allí”.

Cuando llegamos al puesto de control ruso, los militares comenzaron a gritar y agitar los brazos: «¡Esconderos, ahora habrá tiroteo!» Tuvimos que dar un viraje, condujimos hacia algún patio. Resultó que había un jardín de infancia de la ciudad de Polojy. Nada más entrar, se oyeron los disparos. Mi hija que hasta aquel momento ni había llorado, me preguntó: “¿Mamá, me van a matar?”

Los lugareños comenzaron a llegar. Cuando supieron que éramos de Mariupol, empezaron a traer comida. No pudimos comer nada. Siguieron bromeando y rogando: “Nos ofenderemos si no coméis. Justo acabo de hacer chuletas fritas”. En el albergue conocimos a una mujer que estaba allí con su hija adolescente. Nos ofreció pasar la noche con ella y mudarnos a la mañana juntos en dirección a Zaporizhzhia: allí vivía su madre, a quien esta mujer quería recoger. Posteriormente, encontramos a otro hombre en un microbús que llevaba a la gente de la ciudad. Había mujeres con él, una de las cuales estaba embarazada y la otra estaba con un bebé recién nacido. Salimos en tal columna de tres autos. Los rusos ya habían entrado en Polojy en ese momento. Vi la letra «Z». Oramos todo el camino. Mi hija había aprendido todas las oraciones que yo sabía. Los chechenos nos detuvieron para verificar. Estaba claro que debíamos movernos despacio y no hacer nada que no les gustara.

Resultó que no quedaban ningunos caminos en Zaporizhzhia. Todos los puentes habían sido destruidos. Así que el hombre que conducía el autobús fue el primero en atravesar el campo. Y ya lo seguimos. No recuerdo cuánto tiempo estuvimos en camino. Todo este tiempo tenía una cuenta atrás para el día del cumpleaños de mi hija. Es el 14 de marzo. Seguía diciendo: “Arina, te prometo que nadie disparará en tu cumpleaños”.

Ahora estamos en Lviv. Mi hija ahora tiene miedo del sonido de la lavadora pero ya puede dormir sin sostener mi mano. Cuando llegamos aquí el 11 de marzo, me sentí segura. Solo aquí, en el oeste de Ucrania, suenan sirenas. No teníamos sirenas en el pueblo. Estuvimos sin comunicación, sin advertencias. Simplemente te acuestas y te despiertas porque toda la casa está temblando. Los tanques pasan llevando equipos masivos, destruyendo el camino detrás de ellos. Y «Grads» están disparando desde arriba.

Para el cumpleaños de Arina encontramos tanto globos como platos con unicornios. Así que mi hija tenía una tarta. Aunque congelada, pero con un arcoíris.

En el momento de grabar esta conversación, la familia de Olena llegó al oeste de Ucrania y está a salvo.

El material ha sido preparado por

Fundador de Ukraїner:

Bogdán Logvynenko

Autora,

Entrevistadora:

Jrystyna Kulakovska

Autora,

Ingeniero de sonido:

Katia Polivchak

Editorial:

Ksenia Chikunova

Diseño de gráfica:

Mariana Mikytyuk

Transcripción:

Anastasía Sérikova

Sofía Kotovych

Administradora de contenido:

Kateryna Yuzéfyk

Traducción:

Sofía Yakovlieva

Edición de la traducción:

Yelena K. Sayko

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