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Oíd la voz de Mariúpol: es una serie de historias de personas que lograron evacuarse de la ciudad sitiada de Mariúpol. Continuamos la serie con una conversación con Olya, quien presenció ataques aéreos en el hospital de maternidad el 9 de marzo.

Olya nació en la región de Donetsk, en la ciudad de Druzhkivka. La chica se mudó a Mariúpol cuando tenía diez años. Olya estaba embarazada de nueve meses en el momento de la invasión rusa de Mariúpol. La chica pasó cuatro días en el sótano antes de decidir ir al hospital a la víspera de las contracciones. Al día siguiente, cuando nació la hija de Olya, los ocupantes arrojaron bombas sobre el hospital de maternidad donde se alojaban decenas de madres y mujeres embarazadas, explicando que del hospital supuestamente se había apoderado el batallón Azov y otros radicales. Como resultado de este ataque aéreo murieron tres personas, incluido un niño, y 17 resultaron heridas. Olya y su hija tuvieron suerte de poder salvarse.

— Hasta el último momento pensamos que no habría ningún ataque contra Ucrania. Pensamos que todo era falso. Porque es una situación anormal que no debería haber ocurrido en Ucrania. Cuando todo empezó, esperábamos que en tres o cuatro días todo se arreglaría. Tenía fijada la fecha de parto, necesito dar a luz de un día a otro. Así que no podía dejar todo e irme porque las contracciones podrían comenzar por el camino.

Llegué al hospital de maternidad el 1 de marzo. Me envió mi padre porque había estado sentada en el sótano durante cuatro días seguidos y tenía miedo de salir. El bombardeo continuó. Mi padre me dijo: “Olya, Dios no quiera que las contracciones comiencen en el sótano, no podremos llevarte al hospital”, porque en ese momento en la ciudad ya había interrupciones con el transporte.

El 7 de marzo comencé a tener contracciones, pero no pasó nada. Al día siguiente pedí que me hicieran una cesárea. Solo los médicos de guardia estaban en el turno aquel día. Otros se encontraban en las zonas más afectadas por los bombardeos. El jefe del hospital estaba constantemente en el trabajo: realizaba operaciones y atendía los partos día y noche. Prácticamente no dormía. El día 9 por la mañana me trasladaron a la sala general para que ya me recupere de la operación. Mi cama estaba junto a la ventana. Y debo haber tenido un presentimiento: comencé a pedirles a las enfermeras que me llevaran al pasillo, donde no hay ventanas. Pero solo se rieron de mí: “Cálmate, por favor, no empieces, ahora ningún lugar es seguro, acuéstate”.

Tenía un “capullo” para la bebé. Lo usé para cubrir las barras de la cama, porque pensé que si el cristal salía volando de la ventana, pues así no le daría a la niña. Me arrodillé para cambiar a mi hija porque no podía agacharme. En un momento, una servilleta se me cayó de las manos. Y cuando me incliné para recogerla, la ventana voló sobre mi cabeza. La ventana, el techo del tercer piso, la pared, eso es lo que recuerdo seguro. Y lo único que me dio tiempo de hacer fue agarrar a mi niña y cubrirla conmigo misma.

Entonces me puse de pie rápidamente. La salida estaba bloqueada. Empecé a tumbar la puerta para salir de alguna manera. El pasillo estaba totalmente destruido. De todos los lados salían corriendo chicas con las caras cubiertas de sangre. Seguramente los escombros de las ventanas les volarán directamente a sus caras. Todas tenían a sus bebés en sus brazos. Salí volando al pasillo y comencé a gritarles a los médicos: “¡Salven a mi bebé!”. Debido a que tenía la sutura de la cesárea, no podía estirarme. Así que, medio encorvada, arrastré a mi niña detrás de mí hasta el sótano para escondernos. Resultó que parte del sótano también fue destruida.

En el momento de la explosión, allí había refugiados de diferentes partes de la ciudad. Venían a este hospital, porque el jefe de maternidad recibía a todos, no podía rechazar a nadie. Un par de minutos después, aparecieron los militares, se dirigieron a nuestro sótano y comenzaron a sacar a las mujeres con niños y embarazadas. Salimos a la calle y vimos que no había patio de hospital. Todo estaba quemado, los coches ardían por todas las partes.

Cuando salía corriendo del hospital de maternidad, uno de los militares me ayudó a llevar a la niña al coche de policía. Él lloraba, había lágrimas en sus ojos. Repetía constantemente: “Como puede ser, si es un hospital de maternidad, son niños”. Pedí que me llevaran a casa. Mis padres corrieron a recibirme. Estaban en shock, inmediatamente se llevaron a mi hija. Afortunadamente, no tenía rasguños. Mis piernas estaban heridas por los escombros. Nosotros con la bebé recién nacida volvimos a bajar al sótano porque continuaban los bombardeos. Aunque no eran en nuestro barrio, los oía. Todos los días siguientes, del 9 al 14, los pasé con la niña allí porque comencé a tener miedo de todos los sonidos agudos: de explosiones y disparos de ametralladoras. Cuando nuestros vecinos se enteraron de que había tenido una cesárea, me trajeron antibióticos. Había tres pastillas. También curaba la costura con Betadine, y eso es todo. No tenía nada más, ningún medio a mano para cuidarme de alguna manera después de la operación. Periódicamente, sacamos a la bebé del sótano por unos 5-10 minutos a una sauna calentada y luego la volvimos a bajar al sótano. La casa no tenía calefacción.

No sé nada de las chicas con las que estuve en el hospital, porque mi teléfono, como todos mis documentos, se quedaron allí. Así que o se han quemado, o están tirados en algún lugar bajo los escombros. El pasaporte, el carné de conducir, la ficha técnica, el certificado y anillo de matrimonio. Me lo quité antes de la operación porque tenía los dedos hinchados. Tenía dinero en mi bolso. Porque cuando iba al hospital de maternidad, esperaba que se organizara un corredor verde, así que empaqué lo esencial para que, en todo caso, pudiera irme de inmediato. Pero el corredor verde no se hizo.

No había internet ni conexión en la ciudad en el momento de mi parto. Los médicos de Mariúpol registraron los datos sobre el nacimiento de mi hija solo en una libreta de papel. No me registraron en la base de datos. Y ahora, para demostrar que esta es mi hija, necesito realizar una prueba de ADN, porque de repente, bajo los bombardeos del hospital de maternidad, agarré al bebé de otra persona. Todo esto lo entiendo perfectamente y que legalmente todo puede pasar en la vida. Pero en realidad, es que tengo a mi hija en mis brazos y no entiendo cómo obtener al menos alguna documentación que confirme que es mía.

El catorce de marzo, un vecino le dijo a mi padre que han quitado el puesto de control militar del lado de Melekino. La gente confirmó: “Sí, hoy salieron muchos coches”. Mi papá llegó a casa corriendo y dijo: “Decidamos si nos vamos o no”. Lo entendimos: esta es nuestra oportunidad. La única y última oportunidad. Puede que no haya otro más así. Estuvimos preparados en unos 5 minutos. Yo estaba al volante porque solo yo sé hacerlo en mi familia. Había minas sin explotar por el camino. Salimos al puesto de control, había dos vehículos blindados de transporte de tropas destruidos. Luego el camino estaba minado. Por lo tanto, cruzamos a través del campo y oramos todo el camino. Teníamos miedo de que hubiera algún avión y ataque aéreo.

En Melekino hay un asilo “Troyanda”. Allí nos recibió buena gente. Nos dieron una habitación, la calentaron para la bebé, nos dieron de comer y de beber. Inmediatamente, comenzamos a llamar a nuestros familiares que no viven en Mariúpol para informarles de que estábamos vivos y sanos. Nos quedamos en Melekino por una noche, después de lo cual partimos de nuevo. Primero fue Berdyansk, donde estuvimos atrapados durante cuatro días buscando combustible. Y solo entonces continuamos: a través de Zaporiyia hasta un pueblo en la región de Ternópil, donde nos esperaban nuestros familiares. La hija de mi madrastra, que había huido con su familia de Druzhkivka, también había sido evacuada allí antes. Así que nos dieron alojamiento, una casa entera. Y también productos y todo lo necesario para los bebés.

Por un lado, ahora estoy tranquila porque mi hija está a salvo. Es el segundo día que duerme bien. Por primera vez en dos semanas de su vida fue bañada. Y por eso tengo mi corazón tranquilo. Entiendo que puedo darle a mi hija por lo menos un poco de paz. Y por otro lado, todavía tengo miedo. No creo que esto termine nunca.

Siento odio hacia los militares rusos. Porque me privaron de mi hogar. Me privaron de mi ciudad. Le privaron a mi hija de una infancia normal. No sé a dónde volver con mi familia ahora. Todavía no puedo entender cómo se pudo haber hecho eso. Me parece que incluso durante la Segunda Guerra Mundial, las ciudades no se destruían como lo fue Mariúpol. Ahora la ciudad está destruida al 85%. Ya no queda prácticamente nada allí. Lo único que sobrevivió fueron algunos barrios, pero creo que se mantuvieron intactos por poco tiempo.

En Mariúpol ahora hay en su mayoría residentes mayores de la edad de mis padres — 50+. No se van porque tienen miedo de los saqueadores. Dicen: “Aquí hemos vivido toda nuestra vida, ganado bienes, y ahora dejaremos, por ejemplo, nuestros pisos, y se meterán los saqueadores. Y luego, si todo se termina, ¿volveremos a pisos vacíos?”. Nadie sabía que algo así iba a pasar y nadie se había comprado una casa en algún lugar del oeste de Ucrania por si acaso. Y por eso mucha gente se queda allí y sufre todo esto: falta de medicinas, cadáveres en la calle, falta de comida y agua. Esta gente no tiene otro hogar. Ni otra vida. Así que se aferran a los últimos centímetros de esperanza.

En el momento de nuestra conversación, el 23 de marzo, Olya ya estaba en la región de Ternópil con su familia. Ahora la mujer está buscando un abogado que la ayude con el papeleo de la bebé y la recuperación de todos los pasaportes y certificados perdidos. Si estás list@ para ayudar, escríbenos en las redes sociales con el tema “Oid la voz de Mariúpol”.

El material ha sido preparado por

Fundador de Ukraїner:

Bogdán Logvynenko

Autora,

Ingeniero de sonido:

Katia Polivchak

Autora:

Ksenia Chikunova

Entrevistadora,

Editorial:

Jrystyna Kulakovska

Corrección del texto:

Olga Shcherbak

Diseño de gráfica:

Mariana Mikytyuk

Transcripción:

Román Azhniuk

Taras Bereziuk

Transcripción:

Anna Yemeliánova

Olga Shelenko

Olia Stuliy

María Petrenko

Yulia Kupriyánchyk

Amina Likar

Administradora de contenido:

Yana Rusyna

Traducción:

Sofía Yakovlieva

Edición de la traducción:

Svitlana Kazakova

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